viernes, 16 de enero de 2009

Los muertos no se presentaron en su funeral

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Tras el impacto de la bandada de pájaros con las turbinas de ambos motores del avión el comandante Chesley Sullenberger, de 58 años, un veterano de US Airways y que en el pasado voló en la Fuerza Aérea, decidió salvarse y salvar a todo el pasaje nada menos que aterrizando en el mismísimo centro de Nueva York, concretamente en el helador río Hudson. Tomo los mandos de su Airbus y se abrazó lo más fuerte que pudo con esa muerte segura y húmeda que allí, bajo sus pies, les esperaba. Ya sonaban las campanas, el organo ensayaba su famoso miserere, todos los familiares parecían presentes. Hasta las flores recién cortadas habían sido convocadas a un día triste.

Sin embargo, en el último instante, a la muerte no acabó de gustarle ese contacto obligado de la piel de acero. El beso de conveniencia le pareció irreverente. Así que se abrió un breve plazo de tiempo, treinta segundos, para que entrase el aire y fuesen saliendo, poco a poco, todos los pasajeros. Comprobó el comandante que todo estaba bien, que ya nadie quedaba en el interior y aplazó también él, su encuentro final.

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